Se empiezan a juntar los niños. Algunos por la música, otros porque cuando hay más de dos a la expectativa, nuevas caritas curiosas van llegando, otros por los cojines de colores, y otros porque saben que en ese lugar están a punto de hacer una función vital: ESCUCHAR. Sí, escuchar un cuento leído en voz alta.
“Una señora” (para los niños eso es lo que son) que tiene una camiseta de Contadora de Historias se presenta y entona una canción. Esa canción desata los movimientos incrustados y aterriza a los pequeños seres humanos en ese lugar con el esqueleto fluido y los sentidos alerta.
Sale un libro de la bolsa, es presentado el autor, el lugar donde vive, las cosas que más le gusta o gustaba hacer y después el título del cuento y es entonces el tiempo de las bocas abiertas.
La voz de la cuenta cuentos enlaza a todos los presentes con una onda de sonido de la que nadie se puede escapar, es dulce, pausada, a veces veloz, exaltada, emocionada, otras susurradora, silenciosa. El cuento aparece para todos: las niñas, los niños y los adultos que aunque pelean con llevar la atención a otro lugar, terminan inevitablemente enganchados.
El cuento transforma, atraviesa, cuestiona y con eso a flor de piel es el momento de usar las manos. Llevar al plano material lo que se siente y piensa de ese cuento que acaba de suceder. Así que es el momento del arte: de pintar, cortar, pegar, dibujar, tejer, enlazar, escribir (para quienes ya saben hacerlo). Transmutar el cuento y hacer nuestra propia creación.
Aparece la canción por todos conocida para recoger los materiales. Con la voz llega la guía para que todo vuelva a su lugar y es el momento perfecto para respirar y recoger de nuevo la energía de quienes terminaron hace rato y quizás estén saltando, la frustración de quienes no lograron terminar, la alegría de quienes ven su creación inesperada.
Los ojos se cierran con esfuerzo, porque estamos aprendiendo a mirar hacia adentro, a buscar la luz del interior. El aire entra como un globo que se infla y sale desinflando la panza lentamente. Suena una canción bonita, a la que llaman mantra, y que tiene más poesía porque es un mantra para niños.
Estamos de regreso en este lugar con presencia plena, entonces se abre otro cuento y la energía se eleva. Los ojos se abren, los oídos se activan, la boca espera su turno. Estamos ejercitando el músculo de la escucha. La magia sucede.
Y justo ahí cuando el reloj empieza a marcar los últimos minutos de esta hora que parece un agujero de tiempo porque se ha estirado y ha permitido vivirlo todo, la música se enciende y se mueve el cuerpo y la vida de nuevo. Así terminamos, así hacemos el puente entre los cuentos y las familias, así las contadoras y los contadores de historias se convierten en mediadores de la alegría de leer.
Si quieres llevar las horas del cuento a tu institución, centro comercial, empresa, celebración o a donde te la imagines, contáctate con nosotras para que juntos hagamos magia.